18:08 hs Llego tarde. Dibujo un mapa en mi cabeza, por las cuadras que quedan y el tránsito, tardaré menos caminando. Cruzo en diagonal la plaza, poca gente anda dando vueltas, llovió temprano y nadie se quiere mojar. Llego a la próxima esquina, miro la numeración y cuento las cuadras que faltan. Me apuro más. El viento golpea mi cara. Hago carreritas imaginarias con la gente que camina delante de mí, pongo en mute el sonido de la ciudad.
La calle se va angostando y el paisaje cambia de una cuadra a la otra. Edificios, paradas de colectivos, negocios con carteles y cajones afuera, gente amuchada oliendo a transpiración. De pronto, los techos bajan y aparecen casas con jardines y verjas, madres paseando criaturas que no llegan al metro y que moquean y babosean al mismo tiempo. En este paisaje, esos obreros rompiendo la calle, yo frenética y desencajada y ese muchacho de buzo naranja que camina delante, desentonamos. La tarde sigue gris y estoy perdida.
Giro. Subo una cuadra para no volver a pasar por donde están los obreros rompiendo la calle y murmurando palabras como te chupo todo, chupamela, vení mamita que la tengo dura y demás. Me repito “estoy perdida” y, en la repetición, la calle que busco se vuelve desconocida. No estoy segura si esa calle está por acá o si era esa la calle que decía el mail. Sigue gris la tarde.
Desisto de llegar y recuerdo a todos los que les conté que vendría. Empiezo a pensar las próximas justificaciones:
-no llevé la dirección
-no tenía la dirección exacta
-confié en mi intuición y me falló
-desistí de ir
Desistí de ir y encuentro la calle, la próxima cuadra es al 900. Tomo velocidad otra vez, respiro hondo, me tuerzo el pie, pateo una bolsa de basura, parece que voy a rodar por la vereda y dar con el culo en el piso, pero no. Una casa vieja termina y se abre un espacio, un cartel anuncia que es acá. De un lado una entrada de cochera, un auto estacionado y una puerta doble, negra y cerrada. Del otro, una vidriera iluminada muestra un espacio blanco, con estantes, libros y una rubia detrás del mostrador. Abro la puerta, subo los escalones, hago cinco pasos y la rubia sale del monitor, mueve los brazos y dice algo sobre mis datos. Subimos una escalera con paredes verdes flúo. Arriba una especie de oficina con media pared de vidrio y puerta oscura. La rubia abre la puerta. Adentro, sentados en círculo y en sillas incómodas un grupo de personas. Sentado en un cómodo y mullido sillón bajo, un buda. Interrumpo. Todos, incluido el buda, se quedan mirándome. Digo algo y él parece entenderlo. Están todas las sillas ocupadas, creo que es la excusa perfecta para ingresar disimuladamente el silloncito que está fuera pero él se apresura a bajar y buscarme una silla exactamente igual a las demás.
Llegué.
Una estampa de Ana Regina
Hace 1 año
1 comentario:
Qué lindo entrar al blog y ver que siguen subiendo cosas.
Tengo a mi gata sentada en el mouse.
Es naranja y blanca. Ayer escuchó unos ladridos y por hacerse la loca quiso saltar por la ventana, y rebotó contra el vidrio cerrado. Las gatas no distinguen los vidrios. Los gatos no se miran al espejo. A veces pìenso que lo que soy, lo que siento y lo que creo son como mi gata.
Cariños a tutes.
Sigan posteandoooo.
Pablo
Publicar un comentario