miércoles, 17 de febrero de 2010

Estampitas

-Me hago cargo. Lo asumo... llega el día en que uno debe reconocerse -me dijo E sentada al borde de la fuente del Patio Olmos una tarde, cuando hablábamos de nuestras pasiones, de nuestros deberes frente a ellas.
Deberes, pensé. Era cierto. Claro que estaba conmovida, que la charla era más intensa porque habíamos hablado de la tormenta, de las grietas en las imágenes por dónde se asomaban historias, de los niños, de la expresión de aquella niña con la mirada de la mujer que parió diez hijos y está cansada.
Mientras hablábamos, algo cayó entre nustros pies y explotó de manera violenta. Unos nenes rieron. Una perra preñada que dormía en el piso se despertó asustada, se levantó y caminó pesada unos pasos más allá para volver a echarse en otro rincón. E se dio vuelta.
-¡Ey ey, por qué no te vas a tirar eso a otro lado, me acabas de dejar sorda! -Le dijo a uno de ellos.
Ey ey la miró asustada.
-Disculpe doña, la culpa es dél que anda molestando, si yo no hago nada, -aclaró. -¡No jodá emiliano que despué no me dan la propina, si yo no le hago nada a las chica! Disculpe doña, -dijo y se alejó enojado, con las estampitas en una mano y la otra en el bolsillo.

No me concentré para continuar con lo que veníamos hablando. Nos miramos con E y sonreímos con cierta incomodidad. La propina, pensé. Es 31 de diciembre, mañana es año nuevo. Esta noche vamos a tirar fuegos artifriciales, cañitas voladoras, globos de papel… Mi hermano cerró bien el negocio, vendiendo pirotecnia se pagó las vacaciones. Todos sabemos que le fue muy bien, pero él no dice mucho, no habla de números no sea que le reclamemos los regalos de navidad, que sólo se portó con su novia, porque está enamorado y porque está buena, porque se la miran los amigos, los vecinos, las hermanas con cierto recelo. Entonces la cuida.

Ey ey nos miraba desde las escaleras.
-Se quedó ofendido me parece, -le dije a E.
E me sonrió, lo miró, y se levantó.
-Me tengo que ir, amiga, me están esperando, -dijo. -Nos juntamos cuando quieras, habrá que esperar la tormenta…
-No puedo retratarte sin tormenta, -le dije. -Acordate de la muñeca.

Nos despedimos con beso y sonrisa, E se fué para el lado de La Cañada, y yo me quedé ahí sentada, mirando a Ey ey que volvía a pasearse entre la gente ofreciendo estampitas, y recordando la mirada en blanco y negro de la niña que parecía haber parido diez hijos.

sábado, 13 de febrero de 2010

Viaje

Buenas amigo, perdone Ud. la molestia, ¿sabría decirme dónde tomo el colectivo que va a Villa Rivera Indarte? Aha, o sea, a ver si le comprendí bien: dos cuadras más y en la vereda del frente. Eso es. Ah, no, Villa Allende no. Villa Rivera Indarte. ¡Epa, cuidado, hombre, cuidado! No se me vaya a caer. Eso es. Agárrese de acá. Ahí estamos. Entonces, retomando, es para el otro lado. Dos cuadras, pero para el otro lado. Sí, entiendo. No el N1 sino el N3. Eso es. Bueno, muy amable, muchas gracias. Que tenga Ud. buen día. Qué hombrecito más amable. Debe haber vivido mucho tiempo por acá. Aunque un poco sordo, creo que se conoce las esquinas del barrio tanto como las arrugas de su cara.

Entonces, a ver, dijo dos cuadras. Acá estamos. Y justo ahí viene el N3. Qué servicio eficiente. Ni cinco minutos de espera y ya tengo un colectivo buscándome. No sé si debo llamar suerte a esto. Aunque creo que va un poquito lleno. Pero bueno, la suerte, como la felicidad, también es incompleta.

Permiso, buenos días caballero. Aquí tiene. ¿Cómo? ¿No son tres cospeles? Ah, es que este no es el servicio diferencial. Claro, disculpe usted. Aquí tiene entonces el cospel. Me guardo los otros dos para el viaje de vuelta. Sí, sí, que ya avanzo, lo que pasa es que está bastante lleno y está difícil avanzar. Disculpe otra vez.

Pero che, está bastante lleno esto, ¿eh? Bueno, paciencia viejo, a ver, si la gente se va corriendo nos iremos metiendo un poco más adentro de esta carbonada. Carajo, ni que fuera una empanada gigante. Pero che, ni un asiento libre. Cuidado con el paquete y paciencia viejo, paciencia.

Y el colectivo lleno, che. Y las ventanas empañadas por el calor de adentro y por el frío de afuera. Pero veo afuera. Veo los carros. Y esos carros en la calle. Qué recuerdos. ¿Te acordás, viejo, años ha, cuando íbamos de Susana a Angélica? ¿Qué era, 1949? El camioncito iba e iba, como tirado por unos burros jadeantes, lentos. Ni con zanahorias hubiésemos podido acelerar al camioncito. Los pistoncitos y los cilindros del motorcito se habrán movido seguramente como el viento y el sonido que emitían asemejaba a un son cubano. Las ruedas de madera, con cubierta de caucho y clavos que lo fijaban al arco de la rueda misma. ¿Era caucho? E iba. Y siempre había algún paisano que quería llegar a la 19 para ir seguramente a San Francisco. Y ahí nomás frenábamos y subían, siempre era uno o dos también. Tal vez alguna madre con el niño que iba del doctor. Y el fardo de heno atrás custodiado por el Tell. Y el mate adentro. Siempre verde y espumoso. Para charlar o para mirar al frente. Y el campo dorado sobre el horizonte y los sauces llorando a la vera del camino. Sobre los postes que sujetaban al alambrado, algunos pájaros. Y así se viajaba. Lento y tranquilo, siguiendo el ralentí del motorcito. Total el tiempo no apuraba. El tiempo no existía; yo no tenía reloj. Y no íbamos rápido. No al menos como este colectivo. A lo mejor el chofer está apurado por llegar a algún lado. Seguramente está apurado. Algo le debe pasar. Pobre hombre. Por como conduce debe tener alguna urgencia. Ya se ha pasado dos semáforos en rojo y los pasajeros, con cada curva que toma, se mueven como bolas de billar en una mesa desbalanceada u organizados como una bandada de gorriones en primavera. Depende de la curva, ¡qué lo tiró!

Carajo, con la última curva, creo que me hice daño el hombro. Casi me caigo. La muerte es sólo la suerte con una letra cambiada. Y encima no encuentro ningún asiento. Por suerte el bastón no se me cayó. Menos mal que el paquete con las facturas tampoco. Pero ya me empieza a doler la pierna. Otra vez. Vas a tener que volver del doctor, viejo. Y, ahora que lo pienso, tal vez no me ven por esos anteojos que llevan. Tal vez por eso ninguno de los pasajeros me ofrece el asiento. Igual no estoy tan viejo. Con la boina parezco más joven. El martes me afeito. Claro que con esos anteojos tan oscuros no deben ver nada. Esta juventud es tan rara, ¡qué lo parió!

Eso me hace acordar a otra noche. Estaba oscuro y hacía frío y siempre en viaje desde Susana a Angélica. ¿O era de Angélica a Susana?, ya no me acuerdo. Sí, tiene que haber sido el viaje de vuelta desde Angélica, porque volvíamos del bar del Aurelio. Habíamos ido después del día con Raúl a jugarnos un chupino y a tomar algo con Aurelio. Para variar, Raúl se tomó algunas copas de más e incluso se tomó también la molestia de subir una botella de caña al camioncito. Yo le dije que no Raúl, no viejo, que tengo que llevar el camioncito y no quiero tomar mientras manejo. Ya suficiente con el tinto del Aurelio. Pero la subió nomás. Yo puse en marcha el camioncito. Y Raúl destapó la botella. Total que nos bajamos medio envase y ya le pedí la botella y tuve que frenar al costado. Lo acomodé como pude debajo de un sauce. Y terminamos la botella. Y nos pusimos a hablar de Mercedes. Qué mujer y cómo caminaba. Si Aurelio se enteraba de que estábamos hablando así de su hija nos ajusticiaba con dos tiros en la frente. Y así nos quedamos a esperar a que saliera el sol o a que se nos pasara el golpazo de la caña. Lo que primero sucediera. Pero no golpazo como el que se acaba de pegar el chiquito de ahí atrás que gracias a una maniobra fiera del colectivero trastabilló y chocó con una señora. Decí que la doña tiene el culo grande, que si no, pobre chango.

Igual avanzo un poco, a ver, permiso, gracias, permiso. Y no hay asientos, la pucha. ¿Pero toda la gente viaja siempre en colectivo? Deberían dejar los colectivos para la gente que no tiene auto. Que no tiene auto y que es de mi edad. Bueno, que no tiene auto. Y además ya me joroba bastante la pierna y el paquete éste con las facturas ya me está estorbando demasiado. Entre el bastón, el paquete y yo que a duras penas me agarro de donde puedo, ya estoy con ganas de mandarlo a la mierda. A ver almas caritativas del Señor, ¿no hay acaso ninguno de estos jovenzuelos que quiera darme el asiento? Insisto además, no entiendo, que con la noche que avanza, qué hacen todavía con los anteojos de sol puestos. La semana pasada leí un artículo que decía que muchas personas usan anteojos de sol para ocultar algo en sus propios ojos. Algunos incluso ocultan miedo. ¡Ah! Tal vez por eso el general siempre llevaba puestos anteojos oscuros. O tal vez estos changos estén durmiendo. Claro, deben estar cansados por el día agitado que seguro han tenido. Está bien, que descansen. Ya van a crecer.

Muchacho, perdone joven, ¿este colectivo no va por la Recta Martinoli? Ah, ya le entiendo, luego dobla por Avenida Gauss y retoma Martinoli más adelante. Gracias chango. No, no se preocupe, siga leyendo nomás, que leer parado es muy incómodo. Total yo ya me bajo pronto. Encima, ¡me caigo y me levanto!, el único ñato que me ofrece asiento está leyendo. Cómo le voy a interrumpir la lectura, eso no se hace. Así vas viejo, con el bastón y estas facturas que más que facturas, con tanto movimiento, ya deben ser una especie de bollo azucarado.

A ver viejo, el papelito, ¿dónde está? A ver, acá está. Veamos, Manuel de Falla, Centro de Almaceneros, ya deberíamos estar. Disculpe niña, ¿se baja en la próxima parada? ¿Ha tocado el timbre ya? Gracias.

Veamos entonces, según el papelito, acá está, ya deberíamos estar. Viejo, vas a tener que ir del doctor más antes que después, la pierna me está jorobando demasiado y con este bastón no te podés hacer el valiente. No sos un mosquetero. Encima la calle y estas piedras sueltas, yo no sé quién carajo es el que está a cargo del mantenimiento de todo esto. A ver, el timbre, ¡hola Mercedes! ¿Cómo estás, mujer? Siempre buena moza e igual de guapa vos, ¿eh? Callate, que yo estoy hecho un viejo choto ya. Sí, disculpá la demora. Tuve que tomar un curso de supervivencia personal para llegar. Vivís lejos che. Que no, que no me quejo. Que no soy un quejoso, sólo digo lo que pienso, pero dale, era una broma nomás. Que me gusta mucho este lugar. Parece bien tranquilo. A parte, está bien alejado de la ciudad, se lo ve muy tranquilo. A la noche seguro que ves algún zorrito por la zona. Ah, liebres, bueno, más o menos a eso me refería. Che, ¿te cortaste el pelo? Te lo teñiste. Me di cuenta con sólo mirarte. Sí, hacía rato que no te veía. Es que vos viste, con el bastón se me complica un poco. La próxima vez vengo en taxi. Claro mujer, que para eso he ahorrado durante mi vida, para tomar taxis. ¿Vos viajás en colectivo? Acá tenés, dos cospeles. Pero dejá de embromar, que me vas a hacer enojar, che. Que no me costaron nada. Los encontré en la calle. Sí, de verdad, en el centro. Iba caminando y vi un reflejo. ¿Viste el papelito ése? Sí, el envoltorio, ése mismo. Bueno, algún descuidado los tiene que haber perdido y yo los agarré. No te das una idea del trabajo que fue levantar el paquetito. Vamos, los tres cospelitos. Sí, que cuando los vi, primero me fije por ahí a ver si alguien andaba con cara de haber perdido algo. Pero nada che. La gente pasaba y yo no sabía si seguir o levantarlos. Así que esperé un ratito y mientras esperaba miraba a los albañiles de la obra del frente. ¡Cómo laburan! Se pasan entre ellos los ladrillos y los baldes con mezcla de un piso al otro como quien se pasa el salero en la mesa. Ah, hablando de salero, traje facturas. ¿Qué? Ah, los cospeles. Y sí, al final tuve que apoyar el bastón contra la pared. Pero tuve que hacer un esfuerzo, que no te imaginás. Y encima con el paquete. Tenía miedo de que alguien lo pisara mientras juntaba los cospeles. No che, nadie se acercó a ver si necesitaba una mano. ¡Menos mal! A ver si me preguntaban por los cospeles. Con qué cara les decía yo que estaba levantando mis cospeles si ni siquiera eran míos. Pero bueno, como nadie los levantaba, después de un buen trabajo, me los apropié. ¿Y los lentes? No, son los mismos de siempre. Debe ser la boina, me dijeron que parezco ese actor irlandés con la boina y la barba. Ése, el que hacía de detective. ¿Cómo se llamaba, che? ¡Bond! Ah, no era detective. Era agente secreto. Bueno, que es casi la misma cosa. Sí, debe ser la memoria. Sí, vos sabés que López me dijo que tengo que comer más pescado, que es bueno para la memoria. De hecho, recién venía pensando que tengo que ir a verlo otra vez porque me está jorobano la pierna de nuevo. Pensé en la humedad pero no sé. Yo creo que son los años. Ya no hay vuelta atrás. Y hablando de pierna, mirá, traje facturas. Ah, ya te habías olvidado vos también. Se ve que no soy el único que le anda esquivando al pescado. ¿Andás ya con agua para el mate? Dale, está bien, tomá, dejá el paquetito adentro y luego nos tomamos unos matecitos. Que ya anochece. Yo cebo, está bien. Dale, apurate, traé las flores y después volvemos. Cuidado, no te apurés tanto que te vas a caer. Sí, ya sé que queda acá cerca. No es la primera vez que voy. Que sí, no te pongas mal. A ver, vení, vení. Tranquila. Seguro que sí. Ya sé que me quería. A vos también te quería mucho. Tomá mi pañuelo. ¿Y que si le gustaba el mate? No le va a gustar. ¿No te acordás? En el camioncito él se encargaba de cebarlo. Que sí, que si estuviera acá seguro que se tomaría unos verdes. Dale, me quedo a dormir. Ya es tarde. Pero vamos, traé las flores, y se las llevamos. Y volvemos. Que el viejo Raúl seguro que habría querido tomarse unos mates con nosotros.

martes, 9 de febrero de 2010

Cerremos con un Aplauso

Pasará pasará si lo dejas pasar.

El tenía la cara brotada y usaba frenillo como si tuviera quince.
La reunión estaba chebere.

-Ya sabrás que te dirán
Como se curan las heridas-

Vociferaba uno de Todoslosdemás que tenía una banda, otro de Todoslosdemás hacía la percusión con una lata de Nido.
“Al chop suey lo voy a comer lo mismo” dijo una de Todoslosdemás que tenía un globo en el moflete izquierdo.
Frenillo Brotado (FB) era el cocinero, cortaba la cebolla y lloraba un poco. “Es una comida sencilla” le decía a Todoslosdemás, mientras afilaba un cuchillo serrucho con una piedra pómez que encontró en el baño.
Entre las berenjenas y los zuchinis comió un arroz fuera de punto y lo escupió.
Alguien de Todoslosdemás comentaba que el proceder del cocinero circunstancial tenía ribetes masoquistas.
“Si el arroz fuera de punto es lo único que alguien tiene en su vida que se lo coma” dijo FB.
Una de Todoslosdemás bebía un varietal a 98.6° F.
El que parecía de quince pero no era, largó el pimiento verde, saboreó el vino caliente “mejor ahora que cuando se acabe”. El pimiento amarillo lo miraba con cara de cansado.

-Ya sabrás que te dirán
Como se curan las heridas-

Seguían Todoslosdemás, el cocinero acompañó con palmas. Cerraron con un aplauso.

El pimiento verde estaba violeta de tanto esperar la crucificción.
Entre las zanahorias y el fileteado del cerdo el chef improvisado se acercó al grupo y se sentó en un sillón de dos cuerpos. “La vida está más allá de la vida” dijo.
Como era una reunión de intelectuales otro hablaba de un Mahatma que nadie conocía y del Fin del Mundo.
Cuando todos estaban borrachos una de Todoslosdemás dijo en voz alta que el cocinero era “un sádico”.
En los Re:Re:Re:Re: decía: “la idea es cenar temprano”.
El cocinero abandonaba de vez en cuando los trozos de zapallitos para memorizar la teoría de Freud sobre el Sadismo primario y el Masoquismo secundario, o a la inversa.
El wok saltaba de nervios.

Pasará pasará si lo dejas pasar.

viernes, 5 de febrero de 2010

Antes de contar hasta tres

- Jubilado de Sargento Primero - Ñoño era un cuarentón alto, rechoncho, de cara cuadrada y plana, siempre llevaba el morral de compras en la mano derecha y en la izquierda un pañuelo arrugado
-Vivo con mi mamá y éste par de cuzcos- el Pelusa y la Maga, le carrasqueaban los pantalones deshilachados, tan desteñidos que era casi imposible imaginar el color original, en una de esas era la anilina de mala calidad que usaron en el ejército, aunque esa clase de tela ordinaria también se conseguía en la mesa de saldos del almacén de Doña Elvira.
-Bueno, así es la cosa-, les explicaba el gordo a los amigos de sus perros, unos cuzcos vagabundos que parecían divertirse mucho entre ellos, porque ladraban cortito y desparejo, una mezcla de chamuyo y entrevero con no sé que, tal vez se les cruzaba alguna broma o se contaban algún secreto.
¡Era brava la subida por aquel caminito de las sierras alindado con ripio blanco!
- Será como la nieve pero no es nieve, rezongaba la Maruca -Esos de la comuna a todo lo disfrazan de seda, hay que tener buenos zancos para cruzar esas correderas angostas llenas de pozos y piedras-.
El Ñoño sonreía mucho y se reía apenas
-Me llamo Víctor Eleuterio Sánchez-
Todos sabíamos que lo de Ñoño le quedó de aquella vez que unos chicos que jugaban al pool en el bar de La Charito le dijeron que se parecía a un actor de la tele, nunca se supo si a él le molestaba que lo tomaran en solfa, mejor dejar las cosas así, no hay nada peor que estar solo en medio del océano y no saber de que lado está la orilla.
Ñoño, perezoso vaivén de burla y hechizo.
El río se llevó varias cosechas.
Sin darme cuenta, casi como en un soplo, lo vi al Pelusa, seco de hambre, sacudiendo el rabo, escudriñando un dueño.

jueves, 4 de febrero de 2010

El Jardín

Dan cavó un pozo profundo para airear la tierra y desnudó los cuellos hinchados. Era muy simple imaginar los brotes de fresias pujando por salir, buscando la luz.
-No, tan separados no-dijo ella.
Habían leído cientos de veces que los bulbos separados daban una floración más natural efecto paradójico, caprichoso y equilibrado. En el trajín del cultivo, Eileen desgranaba el suelo apenas húmedo y Dan distribuía con precisión las capas de mantillo. Durante más de cuarenta años el refinamiento giró alrededor de aquel arce enhiesto, perfecto, que resguardó de excesos el jardín que Los Green diseñaban para cada mes de Abril. A la pareja le fastidiaba repetir la distribución de los colores y las formas, apenas abrían los pimpollos, tomaban fotografías que encarpetaban en un álbum con tapas de tela, al año siguiente harían otro bosquejo, para eso, había que esperar.
Eileen jugaba bridge, y a veces fumaba, Dan fue rugbier desde los 18 hasta que empezó a cultivar flores.
Todos los vecinos sabían del ritual de la siembra, y se acercaron a saludarlos y a traerles regalos como en un día festivo, Eileen se acercó al grupo para retribuir el afecto y agradecer, a Ann la mermelada de frambuesas, a los Miller la caja de té chino, a Rachel y a los demás pastas caseras dulces o saladas.
Dan miró el cuerpo de su mujer, delgado, casi juvenil, que remataba en un sombrero de ala, él se resistía a usar gorras o boinas.
-Esos accesorios inútiles me dejan marcas en la frente y la nuca- decía.
Se incorporó con dificultad, saludó a los vecinos arremolinados detrás de la cerca, con el brazo en alto, sonriendo, como si fuera Miss Celebrity y entró por la puerta lateral. El cerco de ligustros lo ocultó de fisgones, se sentó en el césped y empezó a friccionarse la rodilla. Ese dolor en la rodilla derecha le acarició el ánimo durante mucho tiempo.
-Pulsión de autodefensa- dijo un ex-compañero en el encuentro anual de The Bears y le guiñó un ojo, la Noche del Tercer Tiempo, le llamaban a la reunión de los primeros sábados de Octubre de cada año, desde que la División de Veteranos consideró que era mejor charlar en un bar, que hacer papelones en la cancha.
Dan entró al cuarto de servicio, se duchó y se puso ropa limpia, secó con un trapo la humedad condensada en el vidrio de un Diploma de Honor al mejor compañero, miró las Copas de Premios opacas por el vaho y pensó en lustrarlas más tarde.
Desde la ventana de la cocina con las manos en los bolsillos miraba a Eileen ordenando hasta el último vestigio de siembra, siguió en la misma postura hasta que escuchó a Eileen que empujaba la puerta vaivén.
-Tendremos que esperar hasta que estalle-dijo Dan sin moverse.
Eileen dejó sobre un mueble los regalos, se quitó el sombrero de ala y lo puso en el perchero.
-Como todos los años, lo mimamos para que nos sorprenda- dijo ella de buen ánimo-. Bajo enseguida para preparar el té.
A él le hubiese gustado oficiar alguna vez la ceremonia de la “Hora del Té” pero conocía la afición casi desmedida de su mujer por inundar la cocina de aroma a té ceylandés, cubrir los scones con dulces y crema, servir la infusión con unas gotas de leche apenas tibia, beber a sorbos cortos y comentar algo de sus vecinos, de Ann, su colección de confituras, de lo fastidiosos que era los mellizos Miller que cada año rompían la cerca, Rachel y sus sombrillas de colores chillones, en los segundos que Eileen tomaría aire para respirar, él se pondría de pie para darle un beso en la frente y escaparía al cuarto de servicio con la franela y el líquido limpia metales.
En su cuarto Eileen estaba sentada en la banqueta de su tocador envuelta en una bata, todavía con el pelo húmedo puliendo las aristas de sus uñas, al terminar dejó la lima y sin temor a herir el mueble de roble, sacó un bulbo de lirio envuelto en papel de seda y le partió el corazón con la tijerita manicure.