viernes, 30 de octubre de 2009

El estanque

Era un día común y corriente. Un día como cualquier otro. Todo estaba tranquilo. Y el estanque también.

- ¿Qué hacés Rulo? ¿Todo bien? Hace rato que no te veía por acá.
- ¡Hola flacura! Sí, todo está bien. ¿Qué contursi?

Rulo y el Flaco son amigos desde que nacieron. Tienen tantos días el uno como el otro. Hasta, creo, la misma fisonomía y comparten incluso el color de pelo. Eran lindos días aquellos. Y todo en el estanque se sucedía y todo transcurría con la misma tranquilidad y con la misma parsimonia que caracteriza el movimiento de un caracol que se mueve en cualquier plano posible.

- Nada che, lo de siempre, ¿viste? Una pileta hoy por la mañana y ya voy por la cuarta.
- Ah, sí, veo que seguís con el entrenamiento exhaustivo. Yo en cambio, poco y nada. Un poco de pecho y ahora algo de espalda, pero a un ritmo muy tranquilo. No tengo ganas de estresarme.

Al Flaco le gustaba mantenerse en estado. El Rulo, bueno, lo de siempre. Un poco más rezagado. De repente, lo inesperado:

- ¿Y eso? ¿Qué es ese temblor? ¿Por qué tanto movimiento?
- No lo sé Flaco, nunca había visto ni sentido algo así. ¡¿Qué carajo es esto?!

Todo empezó a moverse. Todo se avivaba. Y el estanque que siempre estuvo calmo –aunque a veces experimentaba ciertas nimias agitaciones– se enfureció de repente como se enfurece Neptuno y todo era caos y todo era un solo movimiento brusco.

El espejo del estanque se quebró en mil pedazos y cada filo de cada polígono especular se encorvó generando olas que taparon a los dos amigos. Las olas, no obstante, respondían a un movimiento armónico simple, y si bien su frecuencia era alta y constante, lo peligroso era en realidad la amplitud de tal movimiento, lo que provocaba que las olas golpearan con fiereza.

El tiempo pasaba y el movimiento se aceleró. La frecuencia aumentó y los amigos fueron separados por la violencia del entorno. De nada sirvieron los gritos ni los intentos desesperados para encontrarse. Ya todo parecía estar perdido. Y si bien se veían, no podían alcanzarse ni oírse. Y entonces, así, como si nada, de un momento a otro, dejaron el estanque que alguna vez los acogió calurosamente, y de esta forma, terminaron pegados en la cortina que cubría la ventana que daba a la avenida.

7 comentarios:

Majo Arrigoni dijo...

what???!
qué pasó??? no entendí!
terminaron pegados en la cortina que cubría la ventana que daba a la avenida???

Lukaka dijo...

¿Quiénes son Rulo y Flaco? Por ahí no está muy claro ... pero son dos espermatozoides ... :P

Majo Arrigoni dijo...

Lucas, cuando terminé de leer el cuento me desconcertó tanto el final que claro, pensé que no se trataba de dos personas. Creí entonces que hablabas de dos peces, que de pronto les cambiaban la pecera de lugar, se armaba un temblor en la pecera en el momento del traslado y finalmente quedan situados frente a un paisaje nuevo, al lado de la ventana con vista a la avenida...
Pero releí y no me cerró por lo de "el mismo color de pelo"... dije bue, peces no son. Creo que esermatozoides tampoco. Quizás debiera haber un indicio más claro que de eso se trata.

Lukaka dijo...

Pero Majo, ¿nunca viste un espermatozoide de cerca? Sí que tienen cabello ... ;)

Dario Palminio dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Dario Palminio dijo...

Jaja! Está bueno! y...Si! creo que faltan mas indicios para mentes como la mia! Jeje... ha,...Como tira la profesión de telecomunicaciones, he: "...frecuencia era alta y constante, lo peligroso era en realidad la amplitud de tal movimiento..."..jeje
Saludos!!

Graciela Llados dijo...

Lucas, me gusta el ritmo, no está claro a que te referís pero eso no me parece muy importante, hay gente que escribe "para nadie" pero hay poesía si algo te sacude aunque no entiendas porque.